El ser humano no se diferencia tanto como creemos del resto de especies de la Tierra. De no ser por el milenario proceso de “civilización” al que nos hemos auto-sometido, mantendríamos todavía la mayoría de los comportamientos que nuestros vecinos de planeta evidencian en su trayectoria vivencial.
Uno de esos comportamientos y quizás de los más importantes, todavía permanece intacto en nosotros. Me refiero al motor que nos mueve a actuar a todos los habitantes vivos de este mundo.
Sin duda actuar, en cualquiera de sus acepciones, requiere esfuerzo. La actuación implica movimiento y el movimiento precisa de energía y esta nunca es gratuita. Por tanto, para actuar necesitamos energía y no hay una mejor que la proveniente de la percepción que tengamos sobre los resultados a obtener de toda acción que emprendamos: “la consecución de un beneficio o la evitación de una perdida” (ya sabéis eso de que “ir pa ná, es tontería”).
En efecto, todos nuestros actos están precedidos por una valoración (razonada o intuitiva) de lo que vamos a ganar o dejar de perder al realizar esa acción. No nos movemos sin una motivación y esta siempre viene determinada por lo que vamos a conseguir tras el esfuerzo.
Soy consciente que, de ser cierto lo que afirmo, estoy renunciando al altruismo en la vida. Sí y no.
No existe altruismo en la vida. Desde el amor conyugal que se mantiene por el beneficio mutuo que obtienen dos personas por compartir la vida, hasta la participación en una ONG que, además de contribuir al bien de los demás, nos retorna un sentimiento de bienestar que justifica el esfuerzo económico o personal realizado.
Solo encuentro una excepción a mi teoría que no desvirtúa la regla y es la relación de la casi totalidad de las madres con sus hijos, capaces de protagonizar toda una esforzada vida de generosidad sin límites que no espera nada a cambio (en los animales también ocurre esto).
Todos nuestros actos son interesados y ello, lejos de ser malo, es el mejor regulador de eficiencia vital que pueda existir. De no ser así, nuestras actuaciones transcurrirían entre la casualidad y la suerte, sin duda malas brújulas en nuestro constante empeño de alcanzar un buen trozo de felicidad en la vida.
Saludos de Antonio J. Alonso
Coach Asociado Certificado 10079
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