Como tantas veces he defendido, la vida no es una cuestión de asunción sino de decisión, quedando siempre el arrepentimiento para la reactividad de lo primero pero nunca para la proactividad de lo segundo.
Recientemente tuve que desplazarme hasta Segovia para resolver algunos asuntos familiares. En pleno Enero y con más de una semana de plazo me dispuse a verificar día a día la previsión meteorológica en varias fuentes de información, pues mi pasión por la motocicleta me empujaba a trasladarme en ella pese a lo inconveniente de las fechas.
Incluso hasta horas antes de partir estuve consultando detalladamente los datos del tiempo y siendo todos unánimes y favorables (excepto el normal frio que siempre asumo como propio de la estación invernal en la que estamos) tomé la decisión de móntame en mi BMW para disfrutar de lo que en automóvil solo sería para mí un monótono desplazamiento.
La ida fue maravillosa (incluido el bocadillo reglamentario de sabrosísimo embutido requenense en el bar Ramos de San Antonio), pero la vuelta no pues contrariamente a lo previsto amaneció nublado y chispeando con la amenaza por el intenso frio de algo peor que, transitando por la provincia de Cuenca, se convirtió en lo temido y nunca esperado: la nieve.
Más de cien kilómetros conduciendo serpenteantemente bajo una súbita nevada acompañada de un temperamental viento siberiano y sobre una resbaladiza pista blanca que solo las huellas de los vehículos precedentes lograban engrisecer por momentos. Con la visera del casco obligadamente levantada para poder ver tras un manto de vaho y nieve, mis pensamientos se dirigían con obcecación al cuestionamiento de la decisión tomada mientras el color de mi montura y vestuario se iban confundiendo gradualmente con el paisaje albino.
Seriamente preocupado por garantizarme el buen fin de la delicada situación en la que me encontraba, una y otra vez me repetía lo equivocado de mi decisión al no haber optado por otro medio de locomoción más convencional. Actitud totalmente errónea pues a un problema inevitable y que requería de toda mi concentración, yo gratuitamente le añadía otro totalmente evitable y que me restaba recursos para la solución.
Tomar una decisión cuando esta se ampara consecuentemente en toda la información disponible en ese momento nunca debiera devenir en ningún sentimiento de arrepentimiento o culpabilidad mientras sigamos sin poder atesorar la capacidad de adivinar el futuro. Todos sabemos que llegado este siempre se torna muy fácil cuestionarse el pasado, pero es necesario comprender que no tiene sentido alguno arrepentirse de lo decidido y si de lo vacilado.
Finalmente, entrando en el garaje de mi vivienda y sin percance alguno, conforme tomaba una caliente ducha reparadora me fui olvidando completamente del supuesto error cometido lo que prueba que, como ocurre frecuentemente, este tampoco fue tal y como yo creía…
Saludos de Antonio J. Alonso
Coach Profesional Certificado nº 10079
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