Siempre me ha fascinado presenciar las pruebas de patinaje artístico sobre hielo que, a su artística plasticidad, unen el concepto deportivo del alto esfuerzo en la competición y aun otro muy singular: la sonrisa de los patinadores.
Una de las características esenciales del deporte en general es la exigencia física que supone su práctica y que, aun variando de unos a otros, casi siempre deviene en cansancio y hasta agotamiento en muchos casos. Debido a ello, en la mayoría de las especialidades deportivas más populares es habitual encontrarnos con variados gestos y expresiones corporales de fatiga entre sus practicantes. Sirva como ejemplo de ello el atletismo, la natación, el ciclismo, el futbol, el baloncesto, etc., quienes nos regalan las más variadas colecciones de muecas y ademanes, en ocasiones tan acusados que nos informan claramente del grado de extenuación al que ha podido llegar su portador.
Pero estas manifestaciones de dolor no son enteramente inevitables y en ocasiones responden también a la idiosincrasia de cada deportista. Recordemos el caso de la campeona corredora de fondo Paula Ratcliffe en los primeros años del presente siglo, quien acostumbraba a marcar el ritmo de sus zancadas con los más angustiosos rictus de dolor mientras sus contrincantes se mostraban mucho más relajadas, aunque verdaderamente no lo estuviesen pues en aquellos tiempos casi siempre ganaba la brava atleta británica.
En este sentido, solo unos pocos deportes cuentan entre sus reglas (quizás no escritas) la conveniencia e incluso obligatoriedad de no exteriorizar muestras de esfuerzo como significación máxima de control físico y también mental. El patinaje artístico está entre ellos, lo que me lleva a admirar todavía aun más a esos deportistas del hielo que son capaces de al mal tiempo poner buena cara en forma de sonrisa, representando así lo tremendamente difícil como naturalmente sencillo.
Pero los entornos de dificultad no son privativos del deporte, como bien sabe cualquier profesional que todos los días se enfrenta al duro reto de contribuir a la generación de valor para su empresa en unos momentos que, por su larga duración, ya no deberían llamarse así.
Mi actividad profesional como Business Coach me lleva a conocer de primera mano cual es el comportamiento de las personas en sus trabajos ahora que la cuesta está siendo muy empinada y es más difícil avanzar, pudiendo decir que solo unos pocos son capaces de “sonreír” profesionalmente.
No descubriré nada nuevo si recuerdo aquí que la tendencia natural que todos demostramos en los momentos de complejidad laboral es la de desmadejarnos y perder el control de muchas de nuestras competencias habituales para focalizarnos miopemente en un alocado devolver pelotas tal y como nos llegan. Abandonar nuestra planificación de las tareas en el tiempo o descuidar el trato con nuestros colaboradores internos o externos son solo algunos ejemplos de tantos otros en los cuales cada cual podrá reconocerse en mayor o menor cantidad.
Así las cosas, apelar a la dificultad de la situación para no esforzarse lo necesario por conseguir exteriorizar nuestra mejor versión profesional nunca compondrá argumentario justificante por más que infantilmente lo asumamos, pues en estos entornos complejos es cuando más se precisan todas las destrezas personales para combatir las contrariedades que nos acontecen y así llegar a contar con alguna oportunidad de éxito.
¿Qué le diríamos a un patinador que quiere ganar si fuéramos su entrenador y nos pidiera permiso para dejar de sonreír en la próxima competición porque el esfuerzo de su compleja actuación se lo viene a dificultar…?.
Saludos de Antonio J. Alonso
Antonio J. Alonso Sampedro
Business Coach
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