Mis primeras cuatro décadas las pasé inmerso en interminables expediciones espaciales con la misión En busca de algo especial. Un sueño, un estilo de vida, la felicidad… No tenia claro mi destino final. Únicamente la fe absoluta en que lo que buscaba tenia que ser autentico. En estas expediciones yo no era el piloto ni un pasajero: era el propio cohete. Igual de explosivo, lleno de una energía que quemaba hasta casi agotarla. Solo dejaba una pequeña reserva para volver, si fuera necesario.
Un lanzamiento con éxito tiene su merito. No era mi caso. Coleccionaba, aparentemente, un fracaso tras otro.
Después de cada aterrizaje, tarde o temprano me daba cuenta, por desgracia, de que faltaba algo. Aquello no era lo que había imaginado. No era lo que buscaba ni lo que esperaba. No era autentico. Por eso iniciaba, una y otra vez, otro lanzamiento, con la esperanza de que ese nuevo viaje fuera el ultimo. En ese destino final me quedaría para siempre, en una hamaca y con los brazos cruzados. Disfrutando de alimentar mi ego a diario con el éxito de mi definitiva expedición.
Después de media vida siguiendo esta filosofía superficial mi voz interior me advirtió́: “Como mucho te queda energía para un par de expediciones. No más. Así́ que debes elegir tu nuevo rumbo con sabiduría”. Me paralicé. No era capaz de elegir mi siguiente destino por miedo a equivocarme.
Pero el tiempo pasa y no espera a nadie… Así́ que tuve que tomar una decisión.
Hay un proverbio zen que dice: “Cuando el alumno está preparado, aparece el maestro”. Por suerte, mi maestro apareció́ a medio camino.
Mi vida ha sido bendecida con tres caídas significativas en cada una de las cuales sentí́ la caricia de la muerte.
La primera, una caída emocional, una decepción amorosa.
La segunda estuvo marcada por la perdida de fe y la adicción.
La tercera fue un fracaso empresarial.
Tras esta última caída, lo tuve claro. Comprendí́ que, si mi intención era levantarme de nuevo, tendría que hacer un cambio radical en mi vida. No podía permitirme una cuarta caída.
La esencia de este libro se puede resumir en una cita que me guiará durante el resto de mi vida, mi segundo medio camino:
“Quién mira hacia afuera, sueña; quien mira hacia adentro, despierta”, (Carl Jung).
Infinitamente agradecido,
Hani Hajar
